lunes

Aracnida


A veces se hila otras se teje. Solo cuando la penumbra barre nuestro escenario de cuerdas, la tela aparece inconfundible con su concéntrico raciocinio. Toma un tiempo darse cuenta que uno ha sido victima de si mismo, de su propio embrollo, sutil caminar entre cuerdas flojas por las que navegamos flotando por el chorro boscoso de las palabras, de las ideas, victimario exaltado, mosquito mamífero de un fatal encuentro.

Uno a uno los hilos se sujetan suspendidos, esperando viscoso el vuelo equivocado, la pirueta mal calculada, aguardando con su perfecta mecánica la vibración alerta de un nuevo trofeo. Desde un rincón inicia sutil su comparsa de patitas, casi con desdén de sabia cazadora, pasea tenue por el aire llevando consigo la memoria de su tarea momificante. En su recorrido por los bordes observa nostálgica el abismo de su no mundo, lo perdido por su calidad de insecto tejedor. Se detiene al final de sus ocho pasos, y mira a través de sus pupilas un universo alguna vez confiado a su creación. Todo esta en orden, la mesa limpia donde se depositan los folios, el estante vomitando libros, la lamparita baja que cruza hasta la pantalla del ordenador, los cascos, los altavoces que la miran disueltos en su silencio. Avanza otros ocho pasos más, y queda en ángulo recto con el sillón. Ya no mira, ahora observa en su interior que la tarea creativa debe darse como un tejido, un viejo juego de cordeles que armen la invisible pared-trampa, que detenga las viejas formas, debe dar cumplimiento a su tarea se dice; aplicarse en sumergir el cuerpito ahora inmóvil, entre el sin fin de vueltas de sus ideas, deberá momificarlo y será un recuerdo más entre todos los que ha ido coleccionando.